Inglaterra

El longbow

Pero si hay un pueblo en Occidente que ha hecho de la arquería virtud y gloria nacional ése es el inglés. A la destreza de sus arqueros debe muchas de sus victorias en tiempos en que el arco era una respuesta eficaz y barata a la superioridad enemiga en hombres, caballos y armas. Aún más, permitía no sólo obtener éxitos impensables que desafiaban la lógica, sino que, y eso era lo realmente subversivo, propiciaba que un mero plebeyo acabara con la vida de uno o varios caballeros, tan costosamente formados durante décadas, incluso antes de que estos pudieran ni siquiera poner a distancia de sus lanzas a tan mortíferos e insidiosos tiradores…

Y es que el bueno de Robin, ya sea Hood, de Locksley o Longstride, no hubiera podido protagonizar sus hazañas, proezas y herocidades, de no manejar un magnífico Long Bow (arco largo) inglés elaborado, a ser posible, con una buena madera de tejo inglés, español o austríaco…
Considerado la ‘ametralladora de la Edad Media’, el arco largo (medía entre 1,5-1,8 m de longitud, llegando en ocasiones a los 2 m) de los ingleses permitía cubrir a las tropas enemigas con auténticas oleadas de flechas de un brazo de largo con apenas unos segundos de intervalo entre unas y otras, con los terribles estragos que ello causaba no sólo en los cuerpos sino también en la moral y espíritu de lucha del enemigo. Y todo ello a una distancia y velocidad que los enemigos ni soñaban. Sólo la controvertida introducción de la ballesta superó en precisión y alcance al arco largo, pero su lentitud de recarga y su incapacidad de tiro en parábola le concedía mucha menos versatilidad. Como sucede en no pocas ocasiones con algunas de las armas más emblemáticas de la historia, el arco largo no era inglés en origen, sino galés, y se cobró un alto precio en vidas inglesas durante la invasión de Gales a finales del siglo XIII. En cuanto concluyó la campaña, los astutos devotos de San Jorge incorporaron a partir del año 1280 a un gran número de arqueros galeses a sus ejércitos, a la vez que comenzaron a entrenar a sus propios recultas y campesinos en el uso del arco largo. Una pieza de artesanía relativamente barata de elaborar y mantener, que permitía tener un inmenso contingente de labriegos entrenados en el uso de un arma que, llegado el caso,podía ser más decisiva que las lanzas, que exigían, además, una mayor y más complicada instrucción para su más óptimo manejo.

Y por eso, se instituyó dedicar al menos un día a la semana para que los campesinos se entrenaran con el arco largo, que, como es de imaginar, sólo podía ser el domingo, y en el que se interrumpían las labores y tareas, salvo las prácticas que se realizaban en unos campos de tiro junto a las iglesias que eran meras explanadas en las que también se celebraban concursos y competiciones populares de arquería, empleando muchas veces los tocones de viejos árboles como improvisadas dianas.

Mientras en la Europa continental proliferaban los mercenarios que vivían del diestro empleo de sus lanzas, picas o alabardas, que ofrecían al mejor postor, los ‘free-lancers’ originales, en Inglaterra y Gales esa ocupación era más propia de arqueros, que brindaban sus servicios a cambio de una soldada.

Si a ello se unía lo que conseguían como botín de guerra entre los enemigos aniquilados por sus flechas, o su parte correspondiente en los rescates de nobles y ricos hombres capturados vivos en el campo de batalla, no cabe duda que los arqueros profesionales eran uno de los colectivos que mejor se ganaba la vida entre aquellos que conformaban el estamento más bajo de la sociedad medieval.- Según las fuentes escritas de la época, el tiempo mínimo de adiestramiento de un arquero inglés para poder vivir profesionalmente de su arco era de 8 años, y los grandes esfuerzos para tensar las cuerdas terminaban por crear unas características hipertrofias musculares y deformidades óseas en las extremidades superiores, asociadas a esta ocupación tan especializada…

El fabricar los arcos y flechas no era una cosa rápida e improvisada sino que requería mucho tiempo y una rigurosa planificación previa, ya que se tenían que cortar las ramas o la madera siempre en los meses más fríos del invierno y dejarla curar durante uno o dos años como mínimo. Se escogían los meses más fríos porque la savia se encuentra entonces sólo en la base del árbol y por ello los capilares del resto de tronco y las ramas están totalmente cerrados, lo que evita que, al secarse, se produzcan grietas en la madera. Por eso el tejo español de los valles pirenaicos era tan apreciado como materia prima de los arcos largos, ya que la veta del tejo es estrecha y muy larga, y los procedentes de España y Sicilia, por sus climas mas secos, tenían un crecimiento más lento y, por tanto, las vetas más apretadas. En total, la construcción de un excelente arco podía tardar hasta cuatro años.

Dada su escasez y su condición de material estratégico, Castilla prohibió en no pocas ocasiones vender tejo a los ingleses, pero éstos, tan astutos como siempre, comenzaron a importar vino castellano con la condición de que siempre les fuera enviado en toneles de tejo, que luego desmontaban para usar las duelas como listones para hacer arcos. Para evitar este fraude, las autoridades castellanas ordenaron confeccionar toneles más cortos, para que las duelas no permitieran fabricar los temibles arcos largos, aunque los ingleses descubrieron el modo de hacerlos uniendo dos duelas de barril. Cuando el tejo comenzó a escasear en tierras británicas por la sobreexplotación de la especie, se recurrió a ejemplares hispanos, austríacos y bávaros. El precio de los listones de tejo no dejó de subir disparatadamente a través de la Edad Media, ya que los cotizados árboles casi habían desaparecido del centro y norte de Europa por una tala abusiva, debido a las necesidades bélicas. Hasta 1483, se podían adquirir 100 listones de tejo por 2 libras inglesas, pero, a partir de ese año, el precio se disparó hasta las 8 libras, y ya en 1510 pasó a ser de 16 libras por el centenar de piezas… un fortunón para la época. Los arcos también se realizaban en otras maderas menos elásticas y resistentes, como la de olmo, fresno, roble, nogal, álamo o sauce… y las flechas, que pesaban entre 60 y 100 g y medían unos 80 cm de largo, también se confeccionaban con los mismos materiales y se enjaezaban habitualmente con plumas de ganso u oca.

Los arqueros antes de los momentos previos a entrar en batalla siempre tenían sus arcos desmontados, para evitar que se vencieran y perdieran la elasticidad necesaria. Encordar y descordarlos era cuestión de segundos, utilizando los muslos para flexionarlos y permitir la colocación de las cuerdas, elaboradas en su mayoría con cáñamo, lino o seda, y que solían guardarse debajo de los gorros o cascos, porque así no se mojaban en caso de nieve o lluvia y la grasa de propio cabello las mantenía bien untuosas y listas para la acción de una manera natural.

Para disparar más rápido, los arqueros solían clavar sus flechas enfrente de su posición, que solía estar situada detrás de una herse, o barrera de estacas de madera con las puntas bien afiladas, que protegía a los tiradores de las cargas de la caballería.

Los ingleses soltaban sus flechas cuando el enemigo se encontraba a unos 300 metros de distancia, por lo que caían con una pronunciada parábola de efecto devastador conocida como ‘lluvia de muerte’. El ritmo de tiro podía llegar a alcanzar los 8 disparos por minuto, e incluso más (de 12 a 15) si se necesitaba una rápida y masiva lluvia de flechas, pero 6 disparos por minuto era el ritmo máximo sostenido, y ya resultaba agotador y muy doloroso para los dedos que tensaban las cuerdas, puesto que hablamos de arcos de entre unas 90-180 libras (41-70 kg) de potencia, así que solía ser algo menor a lo largo de las batallas… y eso tirando al bulto, que muchas veces apuntar exigía cambiar velocidad por precisión.
La cola para pegar la plumas a los astiles se solía obtener a partir de espinas de pescado, trozos de piel y hueso cocidos hasta conseguir una pasta, a la que se añadía como aglutinante un poco de cal viva. Si era posible, para grandes cantidades de flechas se prefería la resina de abedul, más resistente y eficaz que las colas de origen animal e indemne a los ataques de la humedad. La apreciada ‘Cola de Moscovia’ o Isinglass (fotos 5 a 9), obtenida a partir de las mucosas de la garganta y de la vejiga natatoria del esturión del Danubio (Acipencer guldenstaedtii), era una de las más efectivas y buscadas, y muy especialmente en el Imperio Otomano y Oriente Medio para la elaboración de arcos compuestos. Actualmente, el cotizado adhesivo piscícola (ronda los 1.500 euros el kilo si procede de las mejores especies de esturión, que son las del Caspio) se emplea fundamentalmente en la restauración de los códices iluminados medievales. Los ingleses también empleaban otra secreción pegajosa que extraían de la preciosa y azulada flor que ellos llaman ‘common bluebell’, nuestro jacinto del bosque.

Tal sería la importancia que los soberanos británicos otorgaban al arco largo, que solían disponer de amplios lotes (tanto de armas completas como de los listones de madera necesarios para su relaización) de miles de piezas acumuladas en la Torre de Londres, que ejercía de arsenal de la Corona para tiempos de conflicto. En 1342, Eduardo III tenía preparados 7.000 arcos y ¡tres millones! de flechas para su invasión de Francia. En 1360, el arsenal de la Torre contaba con 4.062 arcos decorados, 11.303 arcos sin pintar, 4,000 listones de madera para fabricar arcos y 23.646 haces de flechas, o, lo que es lo mismo, 567.404 saetas dispuestas para su uso. Incluso en pleno Renacimiento, con el imparable auge de las armas de fuego portátiles, ese gran arquero y defensor del arco que fue Enrique VIII procuró tener amplias dotaciones de este arma en sus arsenales. Así, en 1510 compró alDux de Venecia unos 40.000 listones de madera de tejo para hacer arcos, y en 1534 la armería de la Torre contaba con 30.000 arcos almacenados.

Tal sería el éxito y la identificación de los ingleses con su arma favorita, el arco largo, que, a partir de finales delsiglo XVIII, y todavía más en pleno éxtasis imperial victoriano, y tal vez como una reminiscencia inconsciente de las grandes victorias de un remoto y heroíco pasado como el que reflejaba en sus obras Sir Walter Scott, la práctica del tiro con arco fue asumida por las clases acomodadas británicas como una de sus máximas distracciones, especialmente entre las mujeres. Féminas que acudían a las numerosas competiciones y concursos de arquería propios de la época estrujadas por sus estrechos corsés y cubiertas con llamativos pamelones… lo más idóneo y cómodo para soltar flechas con precisión… También ocupó un lugar importante en la educación y el ocio de los hijos de estas familias ricas, que, paradójicamente, pasaban el rato con una ocupación considerada propia de plebeyos e indigna para los de su clase. Otra de las divertidas ‘venganzas’ que propicia la Historia. Decisiva resultó la fundación en 1790 de la Royal Toxophilite(amantes del arco, en griego clásico) Society, cuyo patrono era el propio Príncipe de Gales, futuro Jorge IV, y que fijó muchas reglas por las que se rigen las competiciones actuales de arquería en el Reino Unido.

Este inusitado fervor por el tiro con arco , tuvo, entre otros efectos, el de ‘fomentar las relaciones sociales’, pues no pocos veían en la moda de apuntarse a los incontables clubes y sociedades de arquería que proliferaban por todo el país una estupenda ocasión para el flirteo, la presentación en sociedad o la ostentación de riqueza por parte de una burguesía terrateniente y mercantil cada vez más pujante. Unas sociedades que también organizaban reuniones y cenas a las que muchos de sus miembros acudían ridículamente vestidos al intentar recrear las auténticas indumentarias medievales.

Paradójicamente, el arco largo continuó siendo un arma fundamental no sólo en la dotación de los buques ingleses, sino también entre las tropas de la milicia (un tercio de la misma empleaba aún arcos y flechas por dos tercios las armas de fuego) y las guarniciones de los castillos costeros llamadas a oponerse a cualquier desembarco español en suelo británico.

Todo llega a su fin, y la inolvidable era de la supremacía del arco largo inglés concluyó en 1595, cuando la Corona ordenó reemplazar todos los arcos almacenados en los arsenales por armas de fuego. La última batalla en la que hay constancia escrita del uso de los arcos largos, por las tropas realistas, fue la deTipper Muir (actual Tibbermore, Escocia), en 1644, durante la Guerra Civil Inglesa. Se dice, y probablemente sea cierto, que el propio Duque de Wellington pensó en crear cuerpos de tiradores dotados de arcos largos con los que abrumar a base de lluvias de flechas las formaciones napoleónicas, carentes de cualquier armadura o coraza protectora… pero, cuando quiso llevar a cabo su idea, descubrió con gran tristeza, que no existían en toda Inglaterra arqueros tan bien entrenados (recordemos que era cuestiòn de años y años de dedicación) y en número suficiente para rememorar las antiguas glorias medievales.