Como Apuntaban los arqueros Medievales

El arco no fue un arma especialmente difundida en los ejé
rcitos medievales de Europa. Curiosamente, y a pesar de la devastadora eficacia que mostraron los arqueros galeses en batallas tan sonadas como
Crezy o Azincourt, los milites de la época siempre prefirieron la ballesta. Pero de eso ya hablaremos en otra ocasión.
 
Hoy quiero hacer
mención a algo que, posiblemente, muchos se habrán preguntado cuando ven en las películas esas nubes de flechas que, con letal
precisión, caen sobre las filas enemigas, diezmandolos antes de llegar al contacto. Por una vez, el cine no mete la gamba, aunque no explica
como lo conseguían. Veamos como…
 
Los ingleses, que fueron los que más uso hicieron del arco, llegaron a ser consumados
tiradores. De hecho, Eduardo III dictó curiosas normas al respecto a fin de fomentar al máximo la destreza con esta arma, como la
obligatoriedad de todo hombre libre de poseer uno en su panoplia de armas en caso de ser llamado a la guerra, o incluso la prohibición, bajo
pena de muerte, de dedicar sus ratos de ocio a otra cosa que no fuera entrenarse en el tiro con arco. Alguno me dirá: sí, tiraban de
escándalo, pero, ¿cómo lograr esa precisión abrumadora cuando eran varios centenares o incluso miles los que disparaban
al unísono? Pues de una forma sorprendentemente fácil, como ahora explicaré. Porque en la Edad Media podían ser un poco
cafres, pero de tontos no tenían un pelo. Al grano:
 
Las líneas de arqueros solían ser varias, dispuestas una tras otra para, de ese modo, lograr lo que en té
rminos militares modernos se denomina "fuego de saturación", o sea, una constante lluvia de proyectiles sobre el enemigo que,
aparte de causar un tremendo número de bajas, lo apabulla psicológicamente. Para ello, cada fila disparaba de forma consecutiva, lo
que unido a la gran cadencia que podían imprimir al disparo (hablamos de poner hasta seis flechas en el aire), el enemigo se veí
a literalmente  abrumado por semejante lluvia de proyectiles. Pero las flechas, como todo lo que vuela, se ven muy afectadas por el aire,
especialmente si este corre en sentido lateral, pudiendo desviarlas varios metros de su objetivo cuando se trata de cubrir grandes distancias.
 
Así pues, la técnica
habitual era la siguiente:
La víspera de la batalla, si era posible,
aprovechando la noche se hincaban en el terreno estacas separadas a distancias uniformes, quedando las más alejadas a la distancia má
xima del alcance que podían conseguir, que rondaba los 300 metros. Si por el motivo que fuera no se podían hincar esas marcas en el
terreno, quedaba al buen ojo de cada jefe de línea el cálculo de la distancia, y podéis estar seguros de que no se
equivocaban.
 
Cuando comenzaba la
batalla y el ejército enemigo se ponía en movimiento, esperaban a que alcanzasen la primera marca, y ahí comenzaba la fiesta.
Tal como vemos en la ilustración de la izquierda, cada jefe de línea, situado en el extremo de la misma, iba equipado con una
lanza en cuya asta tenía una serie de marcas correspondientes a cada distancia. Así, solo tenía que ajustar el empuñe
del arco en la marca adecuada y el resto de la fila se limitaba a apuntar con el mismo ángulo de elevación. En el extremo de la lanza
llevaba un banderín que permitía calcular la velocidad y la dirección del viento para llevar a cabo las correcciones
necesarias antes de disparar. Una vez que toda la línea estaba dispuesta, se daba la orden de lanzar, partiendo una masa de cientos o miles
de flechas que, implacablemente, caían en la misma zona.
 
El jefe de línea, como es lógico, también tenía una clara idea del tiempo que la flecha tardaba
el llegar al blanco, por lo que, rápidamente, quizás sin darse cuenta debido a lo habituados que estaban, eran capaces de intuir en qu
é momento la línea enemiga estaría en el lugar donda caerían las flechas. Así pues, si el enemigo a batir eran
tropas de a pie que avanzaban al paso, la distancia a corregir era menor que si se trataba de una carga de caballos coraza que avanzaban a galope
tendido. De ese modo, línea tras línea iban disparando, convirtiendo la "tierra de nadie" en un matadero de forma que el
enemigo, antes siquiera de llegar al contacto, ya había sufrido centenares de bajas, especialmente entre los peones y milicianos que, como
ya se ha explicado sobradamente en otras entradas, disponían de un armamento defensivo muy deficiente.
 
Añadir que estos arqueros llegaron a ser tan temidos y odiados por sus
enemigos que, por norma, en cuanto le echaban el guante a uno, lo primero que hacían era cortarle los dedos índice y corazón
de la mano derecha, de forma que jamás pudieran volver a disparar. De ahí proviene, al parecer, la famosa V de "victoria"
popularizada por Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. No por la similitud de los dedos con la letra, sino de un gesto que, previamente a la
batalla, los arqueros hacían al enemigo, mostrándoles que tenían sus dos dedos intactos, y que les iban a dar para el pelo en
breve.
 
Curioso, ¿no?